Hablar de salidas pacíficas en Venezuela es situarse en la negación. No porque el hundimiento del régimen, cuando llegue, no pueda gestionarse desde una negociación de fuerza que les desmantele y haga deponer armas, sino que, por el contrario, el planteamiento desecha la muerte de miles de venezolanos que han perecido en medio de la destrucción del país.
La caída no habrá sido pacífica jamás. A muchos se les habrá quitado la vida.
Es la negación de una realidad que busca superponer una carga de falsa civilidad y que deja al descubierto las claras lagunas de dirigentes políticos que no revisan sus discursos y argumentos.
¿Cómo decirle a familiares de los jóvenes asesinados en protestas de 2014 y 2017 que Venezuela tiene salidas pacíficas, si ya su sangre corrió? ¿Cómo explicarle a un hijo que su padre o madre, urgidos de medicamentos, murieron por políticas del Estado fallido? ¿Es posible argumentar que hay salidas en paz cuando un padre llora sobre el cadáver de su hijo desnutrido por el mero objetivo del régimen de mantenerse en el poder? ¿O cuando hay más de 230 presos políticos y torturados? ¿Cómo hablar de salidas pacíficas cuando la violencia asesina, promovida y aceptada por el régimen, forma valles de sangre y lágrimas a cada minuto en Venezuela?
Cuando el Gobierno esté derrotado solo lo definirá la muerte que dejó a su paso. Un tránsito sangriento desde donde nunca hubo intención real de mantener la paz.
Su virulencia entró por el sistema democrático, el escenario mejor diseñado para sostener dicha paz, pero pronto lo torpedearon para perpetuarse sobre ríos de muertos que hoy siguen fluyendo.
La paz no es una opción para ellos. No la ha sido y nunca la será, es solo una ficción que venden para oxigenarse de vez en cuando.
El cuartel sale a matar para mantener privilegios y también por cobardía.
Los colectivos operan como Estados paralelos reconocidos, los pranes tienen sus cuotas de poder asignadas, y arriba, en el tope, están los grandes parceleros de la miseria, que aún se reparten el botín a cuesta de todo.
Una huída les cala mejor, una estampida ante una amenaza contundente.
Por lo pronto siguen allí, desollando al país y a los venezolanos, manejando su paz, basada en el crimen y en la decadencia para mantener poderes de sangre. Su caída no habrá sido pacífica jamás.
Carlos Moreno