No era lo que esperábamos, pero resultaba previsible: la resolución final del homicidio de Paúl Moreno. El juicio terminó siendo una imagen fiel de las miserias de la sociedad, ya no solo de sus instituciones y un gobierno al margen de toda virtud.
El resultado de ese protocolo, anclado en los residuos del referente constitucional, oscurece todo intento de entender el acuerdo como ejercicio de comprensión de lo real en constante desequilibrio, este ya no puede ser restituido. La sociedad entera se empantana y encharca en esta decisión donde no debemos ver una aséptica diligencia de unas instituciones, es preciso ver su corrupción absoluta, el fraude que pone en cuestión a toda la comunidad, a un país hundido en la descomposición.
En cualquier acción pública que se ventile hoy en Venezuela, en todo cuanto tenga que ver con el ordenamiento ciudadano, es dable esperar las peores infamias, toda la estructura de entendimiento ha sido puesta al servicio del crimen, es preciso denunciar aquellos instrumentos. Cuando se hacen obsoletos se modifican o actualizan, cuando están al servicio de la destrucción y la infamia se señalan, se repudian.
Nunca antes en la historia de una nación en tiempos contemporáneos el esquema formal de generación de bienestar (democracia representativa) había sido puesto al servicio de la negación de toda posibilidad de bienestar.
Los responsables de los poderes públicos encajan en cada resquicio de una equivoca legalidad todos sus abusos y violaciones, y si tal resquicio no existe entonces lo inventan.
Escudados en las formas, proceden como si estuvieran santificados.
Los jueces de este caso, único asesinato de aquellos días que pudo ser llevado a una instancia, y gracias a la brega de familiares y amigos, obraron desde la discrecionalidad de los intereses de quien era un factor de juicio: el propio gobierno, el chavismo enfrentador de las barricadas.
El homicida vendría a ser un actor circunstancial, así la decisión devendría en una absolución de aquellas fuerzas que han establecido la destrucción como proyecto.
La otra opción de la razón de la sentencia no puede ser menos abominable, jueces venales, simplemente. En ambos casos, complacencia desde poder y dinero, tenemos una consecuencia aleccionadora devastadora: nada vale y todo vale.
La sentencia le está enviando un mensaje a la sociedad perturbada, que es víctima y victimaria, donde la vida tiene poco valor, y ha perdido sus referencia cívicas y humanas.
La sentencia del homicidio de Paúl Moreno debe verse como una continuidad del fraude jurídico que conduce al país desde la llegada del chavismo. Así como se absuelve a los delincuentes de la pandilla, no hay un solo reo del escándalo chavista condenado y justamente sentenciado, ahora se elige un actor representativo, un homicida, para absolver a un delincuente, actor público, el Estado sangriento.
El guión estaba escrito, en la primera audiencia se libera de cargos a la acompañante del homicida, los penalistas saben cómo se nombra esa concurrencia, luego se acuerda que no hubo delito, los penalistas saben cómo se evalúa un homicidio culposo, en este caso, eso es al menos.
El criminal huye y se oculta durante dos semanas, es preciso, y tras la presión de quienes detestan la indiferencia, que los cuerpos de seguridad den con él.
La impunidad y alevosía del hecho solo pueden ser explicadas desde la ausencia de freno del ciudadano común, que sabe de qué lado está la justicia.
Entre tanto la muerte de Paúl Moreno ha sido hasta ahora fecunda, si el Estado y las leyes alientan el crimen y premian la irresponsabilidad, quienes han sido lacerados con el dolor, responden desde el compromiso y la fe en la restitución del equilibrio, obrando desde la militancia en una ciudadanía fundada en cooperación y la alteridad, una Fundación dedicada a labores sanitarias y protección se levanta a los pocos meses del crimen y se instala en la rutina de un país que enfrenta patologías y aspira a la normalidad.
Miguel Ángel Campos
Escritor
Maracaibo-Venezuela